Contrariando y escapando a la escondida y negativa verdad uruguaya
De La Pedre a La Aguada y de La Aguada a La Pedre mandando algunos tubos
Una locura presentada por Altos de La Serena Foto de portada: Adelantando un final feliz en La Pedrera
Cuando empezó el día para mí, hoy, sábado 15 de julio de 2023, me convencí que escribiría la entrada de hoy de esta bitácora diciendo algo muy típico de Uruguay: “Las expectativas se hacen humo en minutos”.
Cuando terminó el día borré con fuerza mi titular pensado; el día terminó de maravilla pero empezó de perros… Un anunciado ciclón subtropical, una seguidilla de olas que pude ver y surfear y el día dorado (hoy) empezó muy dubitativo.
Con swell del este era pellizcar algo en La Aguada o en La Pedrera, y para ahí marché.
Miré las olas que nadie esperaría que estuvieran quebrando, como el Corumbá, Zanja Honda y Los Botes; si algo salía por ahí, yo siempre prefiero surfear peor a razonable sin gente, que alucinante con gente. Y más si es con gente pesada, local, con películas… Estoy seguro que hay más de uno que está de acuerdo conmigo mientras lee esto.
Ninguna de las olas mencionadas quebraba, por más que le busqué la vuelta, con viento offshore y agua cristalina, estaba chiquitito y sin forma en las olas mencionadas.
No me quedó otra que ir adonde todo e mundo se esperaba que estaría, en la playa del Barco, que debe su nombre a un naufragio increíble que dejó al propio barco deshaciéndose producto de la erosión (presión y tiempo, decía Morgan Freeman en Shawshank Redemption).
Salía una ola, definitivamente era donde mejor le daba el swell, pero era un gesto, un intento de swell quebrando overhead (ver foto) pero sin recorrido. Pasa mucho en Uruguay que cuando el mar está muy del este es mejor estar Punta del Este (que hoy estuvo buenazo) o en Santa Teresa (que me dijeron también que estuvo bueno).
Sin ganas de ir ni para un lado ni para el otro, elegí hacer lo que no hice ayer: Tirarme en La Aguada en el pico donde estaba todo el mundo. Sabía que con mis cualidades solymareñas podría encontrar alguna queruza que me diera alegría para volver a casa a trabajar un poquito y pensar en la sesión de la tarde.
Vino la primera ola y con el pesado 4/3 no me pude ni parar, hice un vergonzoso over the falls en una derecha de 20 centímetros.
En la siguiente, me costó pararme pero por lo menos bajé la ola.
En la siguiente, finalmente entró una ola con forma de algo, yo volvía de mi espumita y unos muchachos que recién habían entrado al agua la remaron más adentro. Yo, un poco más deep y más abajo hice valer mi derecho de que “yo estaba aquí antes” y por suerte, el surfer "inviernero", que es más respetuoso, se echó para atrás e hizo valer mi derecho.
Y yo encontré mi primera ola y me dio un hálito de confianza; mi sesión podía ser mejor que las anteriores dos olitas. Peleando con el peso extra que le da a mi panza un 4/3 y las botas, encontré alguna que otra merreca para irme del agua casi feliz o, completamente feliz.
Sí, completamente feliz.
No ejecuté un carving a la Mick Fanning, tampoco surfié un tubo o un tubito de esos que Archy se metía de layback… Pero, en mi indecente estado físico, me surfeé unas buenas olitas.
Tenía trabajo en casa, va, digo en “casa” y “casa” es Altos de La Serena… Me gusta llamarlo “casa”, porque mi relación con el lugar tiene años, mis hijos han veraneado aquí; la familia Schweizer, impulsores de este paraíso son gente amiga que nunca me cerró las puertas sino todo lo contrario.
En fin.
Volví a mi monoambiente y me puse a trabajar. Tenía la difícil tarea de publicar una nota “surfer” sobre el lanzamiento de un hotel en Cabo San Lucas.
Y me quedé contento… Entre mate y mate, salió la nota que para mí quedó preciosa, el Jhony y la Leila surfeándose buenas olas y codeándose con las influencias mexicanas en un hotel que tengo ganas de que me inviten (jajaja).
Pero más que todo el show de Cabo San Lucas, me llamó la atención la paz, la propia paz en la que viví mi tarde de sábado. ¡Dios! No sentir una bocina, una máquina, un taladro, sino solo naturaleza me dio un estado que hacía tiempo no vivía.
No, no me voy a venir a vivir acá, yo amo mi vida citadina de putiar a los condutctores imprudentes, esos que van por la izquierda a 20 por hora cuando la vida te exige 150; para ir, por lo menos, a 45.
Amo despertar a mis hijos y ayudarlos a ponerse el uniforme, amo dejarlos en la escuela y amo también equivocarme sobre las viandas y poder luego resolverlo... Amo también equivocarme y luego saber que la escuela lo resolvió por mí… Porque hay gente buena que sabe que los padres no somos perfectos y tenemos nuestros glitches.
Hablando de todo un poco, hice match en Tinder con una chica de La Paloma, metimos alta onda, charlamos abundante (poner Online songs de Blink 182) y quedamos en vernos previo a mi surfeada de hoy en la tarde.
Por más que tenga 42 años, un divorcio arriba y la mar en coche, cuesta encontrarse con un ser nuevo que puede ser alguien de importancia para tu vida o todo lo contrario. Como coartada yo avisé que no iba a perderme el fin de tarde, por más que las olas para mí no prometían.
Pero no sabía nada y ahí llegué con mi termo y mate.
En vistas de lo que pasó después, me alegré que el match no siguió su curso online y presencialmente fue solo un encuentro más bien olvidable... Así que, con excusa en mano largué la bomba de humo y me fui a La Pedrera. Y cuando llegué a La Pedrera, ¡no lo podía creer!
Unas cracas verdes quebraban en la playa Del Barco. No vi muchas olas razonables surfeadas, pero vi potencial porque el mar estaba absolutamente glass, con condiciones increíbles; poco viento y una orillera poderosa rolando.
Me emocioné y agarré el traje mojado, mirando alrededor, contando cuanta gente saldría y entraría al agua.
Al final de cuentas, me quedé solo en esos tubazos.
No me llevé la que quería pero hubo alguna que otra que guardaré por siempre en mi memoria.
¡Qué sesión!
Hubo una que bajé colgado, y me dije que era la de mi alegría, la anduve pero el labio me partió al medio. Hubo un par de cover ups dignos y salí del agua feliz de la vida, en plena noche pedrense. La misma La Pedrera que la tía Zulema curtía cuando solo ese espíritu encantador encantaba, 35 años atrás… Esa Zulema era una genia en identificar la energía de los lugares.
No había comido un bocado en todo el día, NADA, y la Pato me había pasado el mensaje que estaban vendiendo hamburguesas para ayudar al cuadro de fobal femenino de La Paloma, en la Fiesta del Chocolate, en la muy tradicional Avenida Solari.
En mi mente y en mi estómago no tenía otra cosa que esas hamburguesas. Mi madre, que lo vio en el informativo y fue a casa a cuidar a mi gato, me dijo que “están todo el día”.
El cuidacoches me indicó el lugar y yo me fui a buscar las burgers.
Había toda una movida en Solari, carpa con música en vivo, artesanos, food trucks pero más importantemente, en pleno invierno el pueblo y las familias estaban reunidas en paz ya alegría en una noche preciosa, no por lo climático sino por el calor humano, el más lindo de los calores.
Veo al costado y el legendario Marroke estaba sentado en una mesa, le toco el hombre y me hace una gesticulación karateka, siempre despierto para la defensa personal.
Abrazo de por medio y charlas varias sobre Vispo, Jordi y Carlitos, grandes leyendas que no nos acompañan, apareció León… El Marroke que me protegió en Indo cuando me hice mierda, con campera camuflada, está casado con una joven hermosa y tiene un hijo llamado León, ¡de tres años!
Luego me comí tres burgers y charlé con Pato que me señalaba que tenía mayonesa en toda mi barba.
“No te preocupes, lo estoy disfrutando”, le dije yo.
Y me vine para mi casa, feliz, me serví un whisky y me puse a escribir.
He viajado por varios rincones del planeta, en casi todos los continentes y me resulta difícil encontrar momentos más felices que el de este fin de semana yo solo en La Paloma.
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