Editorial semanal: El bendito surfing invernal

Un amor que se reafirma y se hace más grande año tras año


El calor tiene sus ventajas, pero realmente nada me despierta más amor al surfing que una buena sesión invernal.

No sé si debo decir que he tenido suerte o mala suerte de zafarle bastante al invierno de mi casa, Uruguay, que es frío pero tiene sus grandes ventajas.

Lo digo porque el trabajo me hace meter algunos viajes al calor que hacen que se pase más liviano, o más caliente, pero cada vez que voy al agua en invierno, me acuerdo que es mi amor más grande.

No es la primera vez que escribo sobre esto y seguro no será la última. Es como seguir enamorándome, cada año más, de la misma chica. Debe ser algo que me pasa solo con mis hijos, el trabajo y con el surfing invernal (me río mientras lo escribo).

Entró swellcito con viento onshore, pleno invierno, un frío de aquellos, temperatura unos cinco grados centígrados, sensación térmica menor, agua congelada, 4/3 y las mismas botas agujereadas que siempre me digo que voy a cambiar y nunca cambio.

Me dije que no me tiraría en La Boya porque iba a estar todo el mundo ahí. Ya un amigo me había adelantado que era uno de los pocos lugares que se rescataba algo.

Viendo que todo estaba medio movido. No tuve otra que ir a verla. Tres personas en el agua compartían izquierdas overhead, un poquito movidas, pero consistentes, extremadamente divertidas.

Una banda charlaba afuera del agua, se ve que se había vaciado recién.

El mar con fuerza y ganas. Olas bastante buenas, congeladas, pero con poca gente.

No lo dudé ni un segundo y al toque estaba poniéndome el traje y las botas agujereadas.

Llegué al line up, me senté en mi lugar, el último de la fila, y saludé a la banda. Todos buena onda, o correctos, debo decir. Algo lejano a lo que sucede en otoño, verano y primavera.

Cero pose, cero ego… Suena exageradamente romántico pero siempre pienso que somos todos enamorados del surfing que lo amamos tanto que lo practicamos así esté bien frío…

La buena suerte es que salieron en seguida. Tuve un rato con uno solo y luego quedé solo para recibir dos más que tuvieron la misma actitud: Saludo y cada uno en la suya, respetando turnos y surfeando cada uno sus olas.

Salí del agua feliz de la vida. Corazón lleno… Reafirmé una vez más ese amor tan grande, el más grande, que yo tengo por el surfing invernal.

El mejor tipo de surfing, el más puro, el que se comparte con los que realmente quieren surfear y no están para la pose, el que duele un poco pero se goza tanto.

Dejé la playa sacando esta foto. En este mundo en el que la gente se queja que está superpoblado, quebraron las izquierdas solitas con una puesta de sol digna de admiración.

Como sabía que iba a escribir esta columna, esperé para tomarle una foto y me fui con el corazón contento.

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