Me emocionó releer la historia de Marvin Foster hoy, producto de que Slater lo recordó. El localazo, peso pesado hawaiano, le dejó una esquela escrita en una caja de cigarillos.

Su vida fue salvaje, su surfing era salvaje y su personalidad también lo era.

Kelly dijo que Marvin lo protegía y, vaya si sería una protección grande la de Marvin, que comandaba el North Shore entre los ochentas y los noventas.

En la esquela, de nuevo, escrita en una caja de cigarros, le dijo: ‘Escuché que tienes problemas. Llámame. Marvin’.

Métodos de antes, dejar una carta en la puerta de una casa y no mandar un SMS, un WhatsApp o llamar por teléfono a alguien en esta era de la ultracomunicación.

Hablar las cosas. El mensaje es “llamame” y no el mensaje en sí como podría haberlo sido: “Quedate tranquilo que ya está todo resuelto”.

Parece algo muy civilizado; lo escribíamos sobre un ejecutivo de Wall Street de los noventas y a nadie le llamaba la atención, pero Marvin lejos estaba de eso.

El gran Marvin, que surfeó la temida izquierda de Waimea con la que hasta hoy en día casi nadie quiere tener nada que ver, escapando de la Policía pues estaba requerido luego de haber ido preso una primera vez por temas relacionados con armas de fuego, no terminó bien.

Luego de salir de la prisión tuvo problemas con drogas y terminó suicidándose con 49 años, ahorcado.

Me quedé pensando cómo puede ser que estas fieras hawaianas viven un infierno en el paraíso y terminan así. Con una vida violenta, cárcel y en algunos casos drogas.

Y fue imposible no pensar en Sunny García.

Y me quedé helado cuando vi que Sunny supuestamente intentó ahorcarse también a los 49 años.

John Shimooka, otro legendario y muy carismático hawaiano se suicidó a los 51.

Y simplemente me quedé sin palabras y solo con un sentimiento de angustia sobre la vida de estos héroes que inspiraron a tanta gente con sus hazañas en el agua pero que por dentro no pudieron lidiar con sus demonios.

Son todas cosas que me parten el alma.