El surfing del ciclón Yakecan en Montevideo

Y una radiografía de lo que es el surfing en la capital uruguaya, uno de los peores lugares del mundo para ser surfista (pero donde cada tanto, llegan algunas alegrías)


Todas las fotos y video por Juani Gayol - Foto de portada: Jorge Robotti en la Playa Buceo, ayer, martes 17 de mayo.

Montevideo es la capital de la República Oriental del Uruguay; ese país chiquito que está en América del Sur, entre Brasil y Argentina, su capital enfrenta al Río de la Plata y su puerto natural fue motivo de luchas entre españoles, portugueses, ingleses, hace ya más de 200 años.

“Un lugar estratégico”, nos repitió la maestra y los profesores 500 veces. Ese puerto natural era y es la envidia de los porteños (los bonaerenses), que tuvieron que dragar y meter piedra a lo bobo en su lado del río para poder hacerse de puerto más o menos decente; el nuestro venía regalado por la geografía.

Es importante entender algunas cosas: Enfrenta un río que en realidad es un estuario: “Tramo de un río de gran anchura y caudal que ha sido invadido por el mar debido a la influencia de las mareas y al hundimiento de las riberas”.

A lo que me refiero, en otras palabras, es que uno se para frente al Río de la Plata y el horizonte es solo mar y hasta la Antártida. Afecta sí, que como se trata de la entrada de un río la batimetría es poca. Distinto a lo que sucede en Tahití o en Hawái, o, sin ir más lejos, Punta del Este, hay poca profundidad y esto frena mucho el ingreso de olas. Si no fuera por esa batimetría, acá habría olas todos los días.

Hablando de batimetría: Dicen las leyendas que incluso en el Banco Inglés, mar adentro, a algunos kilómetros de Montevideo, cuando la marea está baja, quiebran olas.

Ciclón Yakecan azotando Montevideo. Todas las fotos: Juani Gayol
Jorge Robotti entrando a la Pocitos.
La Pocitos "funcionando".

Y, pese a que en Montevideo vive la mayoría de surfistas del Uruguay, que no surfean en Montevideo, y lo hacen en las costas oceánicas de Maldonado o Rocha, para la gente sigue siendo raro ver a un surfista.

La población surfer uruguaya ha aumentado muchísimo y es cada vez más común ver autos con tablas, playas repletas de surfistas, pero la mente cerrada del uruguayo futbolero siempre se sorprende con los que andan con tablas. Miran distinto… Increíble que esto suceda siendo el único país del mundo que tiene un presidente surfer, fisurado por surfear, pendiente de las olas, entrenado para las olas, informado por las olas.

En fin, son estos pedazos de la vida “normal” del Uruguay: Vacas, soja, puerto, plantas de celulosa, forestación y alguna que otra cosa más que hoy en día tiene que ver con que una comunicadora argentina llamada Viviana Canosa se quiere levantar al recién mencionado presidente que se acaba de separar.

Entonces, en este contexto, ayer, martes 17 de mayo, con la llegada de un inusual ciclón que alguien decidió llamar Yakecan, guaraní para “sonido del cielo”, íbamos a cubrir al afamado longboarder Nacho Pignataro surfeando las inusuales olas que quebrarían por la ciudad gracias a la fuerza de Yakecan.

 

Juani Gayol, joven talento del filmmaking mundial, que se come en dos panes a Kai Neville pero nadie lo sabe porque acá en Uruguay vivimos en un subte, haría las tomas, y yo lo cubriría a Nacho surfeando las distintas “novelty waves” del Río de la Plata, publicándolo aquí en DUKE.

Pero el plan no se ejecutó a la perfección porque las olas que esperábamos aparecieran no lo hicieron, Nacho que está en Punta se gozó surfeando las izquierdas de 300 metros del Mailhos e hizo bien en quedarse allá.

Nos quedamos solos con Juani y decidimos no cruzar los brazos. Retrataríamos al surfing montevideano en uno de sus días de gloria: Gloria marrón, movida, sucia, pero gloria al fin, la del surfer de la capital uruguaya que cada tanto logra evitar hacer 150 kilómetros para surfear algo “decente”.

Llamamos a uno de los más emblemáticos surfers de Montevideo de la historia reciente: Jorge Robotti, el hombre de 52 años más fisurado del planeta. Puede ser el día más frío de invierno, haber 20 centímetros de olas quebrando en la Playa Honda, tener a tres cuartos de la población apachuchada frente a una estufa, y verlo a Jorge zapateando esa merreca, ese esbozo de energía que el Río de la Plata “regala” a los surfers montevideanos.

Y yo lo sé muy bien esto, porque lo he acompañado en la desgracia casi toda mi vida.

Hablando de desgracia, es pertinente un apartado: ¿Por qué los surfers montevideanos somos de los más desgraciados del mundo? Es un tema de expectativas. Si uno vive en La Paz, Bolivia o en Asunción, Paraguay, no hay expectativa que valga hasta que coloquen un Wavegarden por ahí; es decir, uno bajó la cortina porque sabe que no va a surfear y se reinventa la vida de otra manera.

La alegría de Jorge de estar surfeando en casa.
Foto representativa de lo que es surfear en pleno ciclón.

Acá siempre hay expectativa… A veces es un tanto ilusa, un viento que parece que va a soplar y nunca sopla. O un mar de fondo que puede llegar o no a la costa montevideana.

También está la expectativa de conseguir suficiente tiempo libre como para irse a Cuchilla, Balneario, Punta Negra ya es un lujo y Punta del Este que es una garantía. Pagar dos peajes y con suerte unos 1500  pesos(40 dólares americanos) de nafta.

Ahí estamos entonces, como perros hambrientos, persiguiendo esa esperanza de sentir el mar y la fuerza (aunque a veces poca) de las olas, y poder hacer lo que más nos gusta en la vida.

Y surfear en casa es especial. Nos sentimos, cada tanto, que podemos hacer lo mismo que en la Gold Coast, o en Lima, o en el País Vasco, de que el surfing sea parte de nuestras vidas normales (con unas olas de mierda, incomparables con los otros lugares mencionados)… Trabajar e ir a surfear y luego volver a trabajar, ir a buscar a los niños, llevarlos a la escuelita de fútbol, etcétera.

Bajó Jorge, con el 5/4 puesto, su tabla Turtle Bay, la sonrisa en la cara porque las olas están acá en casa a unas cuadras. Se olvidó de la toalla, nosotros con el auto mal estacionado, ómnibus pasando, un auto bocineando al otro, putiando… Su esposa le tiró la toalla por la ventana de su edificio en la calle Benito Blanco.

Encajamos las tablas y arrancamos.

Buceo presentó las mejores condiciones de las tres playas. En la foto: El autor de la nota y una estela de agua marrón.
La foto de tapa, un segundo antes. Robotti no se quería ir de Buceo por este motivo.

Pocitos estaba “épico” (ver video para entender el entrecomillado). Claro que no estaba épico para los estándares internacionales, pero sí para los montevideanos.

Usando como excusa al Juani nos propusimos surfear en tres spots montevideanos: Pocitos, Buceo y el templo: La Honda.

Entre la calle Gabriel Pereira y la punta de Kibón quebraban unos masacotes que empezaban gordos y terminaban orilleros con algunas secciones para maniobrar. Teníamos una hora aproximada para cada spot; cayó el Rana, Alvaro Loduca, gran surfer, otro de esos que tiene 50 pirulos y no se pierde un sesión montevideana pese a que vive en la Costa de Oro. Se llevó una izquierda buena, corte, zapateo y cierre en la orilla.

El zapateo, como puede notar el lector, es una de las lamentables características del ADN surfero montevideano. Se zapatea para agarrar velocidad porque si no la ola débil lo abandona.

Luego de surfear una cuota de olas razonables en Pocitos; salgo del agua. Le grito a Jorge, me grita que no quiere salir. “Acá está buenazo”, repite, queriéndome matar por el plan que armé. “Allá también va a estar buenazo”, le respondo.

Una vez en la arena, no veo a Juani por ningún lado. Me pareció raro, pensé en algún malfuncionamiento de su equipo de primera línea que estaba siendo mal usado en las mediocres olas del histórico ciclón Yakecan.

De la nada, lo veo que sale de un lujoso hotel que está ubicado frente a la Playa Pocitos, su cara blanca, queriendo explicarme de lejos lo que había sucedido: “Me quisieron afanar”, dijo.

Para retratar al surfing montevideano, la anécdota viene a lugar: El afane es parte de tirarse al agua. Y la playa, hogar de algunos oportunistas, se presta para eso. Más de una historia se ha contado de un surfer que ve desde el agua sus pertenencias siendo usurpadas y los corretea hasta la muerte.

Preocupado, Juani quiso abortar misión pero lo persuadimos. Especialmente Jorge que fiel a su historial de ombudsman, lo primero que hizo fue dejar la tabla y salir a buscar al rapiñero.

Ahí nosotros tuvimos que persuadir a Jorge.

Entre persuasión y persuasión, logramos seguir el plan original: Seguiríamos por Buceo y por la Honda. Jorge, hábil boxeador, prometió darle seguridad a Juani y yo encontrarle un lugar cómodo para que filme o saque fotos sin estar tan regalado.

Robotti no se quería ir de la Buceo.
Algunas señales de la destrucción que causó el ciclón.
El Rana, Alvaro Loduca, enderezando ante una violenta sección chocolatera de la Honda.
El autor de la nota, en una intermediaria en La Honda.

Con el viento llegando a su punto más fuerte del ciclón estacioné arriba de la rambla de la Buceo donde quebraban olas overhead con buena formación. Nuestra descripción, que causará risa a más de uno fue “parece la Aguada”. Apuntando más hacia el este, el suroeste le da más de costado y por ende el mar se presenta más ordenado; derechas dobles con buen recorrido quebraron sin parar.

Jorge se bajó la ola de la tapa de esta nota. Estaba feliz. Me repitió, igual que en la Pocitos: “Está buenazo”. Asentí. Surfeamos una hora hasta que le dije que nos vayamos; había que cumplir la misión.

No se quería ir por nada. Ahí se puso más pesado Jorge con no irse, pero fiel al equipo y al plan terminó saliendo, ya con menos ganas de ir a la Honda.

Argumenté que no podíamos pretender retratar un día de surfing montevideano sin surfear en su templo: La Playa Honda.

El epicentro del surfing montevideano tiene una punta de piedras en su principio al oeste, donde quiebra una derecha medio mentirosa y otra punta de piedras en su extremo este, donde quiebra una izquierda perfecta, nada mentirosa, especialmente cuando entra mar de fondo.

Ha sido hogar de legendarios, su salvavidas hoy en día es el Leo Manganelli, yo le llamo Kahuna; él y sus hijos surfean ahí. En la caseta se lo vio más de una vez a otros legendario, Carlitos y Jordi Rossi (QEPD) y en esa agua marrón hemos compartido sesiones con hermanos de esta pasión y desgracia que es ser surfer de Montevideo: El Darío, el Neil, el Demian, el Poroto, Sherman, el GDA, el Amexeiras, y otros tantos que me cruzo picado a picado y que no sé sus nombres pero compartimos espíritu.

Siempre digo que el surfing uruguayo nació en Pocitos y que el templo actual capitalino es La Honda.

La Honda estaba violenta ayer y con forma de nada. No honró al ciclón, quebraban unas bombas pero sin pared y sin propósito, no muy definidas. Hice mi entrada por La Pantalla, la playa más hacia el oeste. Jorge decidió ir por al lado de las piedras.

En el agua nos reencontramos con el Rana que se bajó una buena izquierda.

No podía faltar el templo y esa salida peligrosa que enfrenta a un caño que a más de uno le ha dado un susto y más que un golpe.

Nos fuimos, Jorge se quejaba que llegaba tarde a trabajar. Llegué a mi casa con el traje puesto, a darme ese maravilloso lujo que es ducharse con el agua calentita luego de enfrentar un clima frío.

Abracé a los enanos y la vida siguió normalita, como cualquier martes por casa. Tal vez un poco más contento porque ahí a la vuelta, me había surfeado unas olas con amigos.

El Rana, Alvaro Loduca, en una overhead en la Honda.
Cuando entra el bombazo, se come la arena, desaparece la playa y aparece el famoso caño de hormigón que ha traicionado a más de uno.
Entraban olas en la Honda pero sin mucha forma.
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