"Las tengo todas", me dijo, "pero no te las voy a dar"

Un entretenido encuentro de un uruguayo con Paolo López en un día de olas perfectas en Lobitos


Por Rodrigo Caballero - Fotos Paolo López

De esto hace como 15 años.

Llego a Lobitos y había tremendas olas. Estaba rompiendo el Hueco con unos tubazos y dos o tres pibes nomás en el agua. Los muchachos que habían ido conmigo se hicieron caca y no quisieron entrar. Me dejaron tirado los garcas.

Entré solo por la playa de la lado, la de Baterías. En seguida que llegué al pico me cayó una de las buenas. Perfecta. A los pies. Pero hasta ahí no me había dado cuenta que, a mitad del recorrido, hay una piedra grande que cuando la ola pasa por el lugar, se chupa y sale a la superficie. Hay veces que se aprieta tanto que no te permite pasar y te podés pegar un golpe de la gran puta. De hecho, como me vine a enterar más tarde, un conocido surfero de la zona, el Chato Aspillaga, se había dado un palo ahí el año anterior y se había quebrado una pierna contra esa misma drapie.

La cuestión es que agarro esa buena que me toca, la ola tira una sección que la tengo que pasar por abajo y, cuando logro pasarla, agarra el banco y se pone como para un tubazo. Cazo el rail y me apronto para el tubo. No podía creer la suerte que estaba teniendo. Era la primera ola que agarraba en el viaje y me estaba a punto de agarrar el tal caño.

En ese momento veo la piedra que asoma allá adelante, en la línea que yo tenía que hacer. Como nunca había estado ahí ni había visto a nadie surfarla, no sabía si daba para pasar o no. Si mirás la secuencia de fotos, vas a ver que hay varias donde se nota clarito que vengo mirando la piedra y tratando de calcular si la hago o me mato.

La cuestión es que ola se empieza a poner cuadrada, a levantar arena del fondo y me empiezo a entubar bien debute en un cucurucho precioso. El problema es que desde adentro del tubo, no podía ver la piedra, así que un momento, cuando supuse que debía estar a punto de darme de bomba contra la roca, decido abandonar el barco. Me tiro hacia adelante, el borbollón me revuelca un cacho y con la pata toco la piedra, pero no me hizo nada. Me pegó por la pantorrilla y como estaba de traje largo no me raspó ni nada.

Como decía, la ola me revuelca un cacho, mucho menos de lo que esperaba y, cuando saco la cabeza a ala superficie, respiro y tiro del leash solo para darme cuenta que se había soltado y que había perdido la tabla.

Así que empecé a nadar para la playa y salí por Lobitos, allá abajo. Unos 15 minutos más tarde, estaba liquidado.

Vuelvo corriendo para las piedras del Hueco, cazo la tabla, que mis amigos habían recuperado, le ato el leash como puedo y arranco de nuevo a correr para entrar de otra vez y ver si me podía ligar otra de esas, ahora ya sabiendo mejor cómo era la cosa. Pero resulta que cuando doy los primeros pasos, un flaco me grita algo. Yo, que estaba emocionado por el tubo ese que me había corrido, más el palo, más la nadada, etcétera, pienso que es uno de mis amigos, agitándome la surfada de recién. Levanto la mano como saludo y sigo corriendo sin mirar para atrás. Me tiro, surfo un buen rato más y cuando salgo definitivamente, me encuentro un fotógrafo en las piedras, laburando. Lo encaro de una y le digo: Flaco, ¿tenés alguna mía? El flaco me queda mirando y con cara de asco y me dice: Nahh, si te grité que te había sacado la primera y ni me miraste. Sos de Uruguay, ¡en tu vida surfiaste una ola de esas y te hacés el campeon! Las tengo todas, me dijo, pero no te las voy a dar.

Era el Paolo.

Imaginate cómo me desviví en disculpas y explicaciones para aclarar el malentendido. Pero el Paolo nada. Recaliente me decía que era un huevón.

La cuestión que esa, en el boliche del Tranquilino, terminó por creerme, nos comimos unos cevichitos, nos tomamos cuarenta y seis birras y me copió las fotos en un disco.

Ahora las voy a mirar, para recordar al Paolo y aquella surfeada inolvidable en el Hueco.

La secuencia que Roli casi no recibe, debajo, tomada por Paolo.

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