Lo que uno hace por un surfing de 15 minutos en olitas de 20 centímetros

Debía llegar al agua antes de que se ponga el sol, o al menos no mucho después...


Esta nota presentada por Hjem Studios - Foto de portada: El sol se estaba poniendo y yo seguía en la ruta. 

Tuve suerte de no ser la voz de Numa Turcatti hablando confusamente muerto en la Sociedad de la Nieve… Perdón a los que no la vieron o no saben de la tragedia de los. Andes, pero sí, él habla después de muerto, una inconsistencia narrativa si se quiere, al menos yo y mi hermana María lo pensamos así.

Sí, porque antes de ayer salí volando de Montevideo deseando surfear unas olitas antes de que anochezca. Fui definitivamente irresponsable en la ruta en más de una ocasión y todo lo hice para surfear aproximadamente 15 minutos en un mar soplado del costado con unas olas de unos 20 centímetros.

Salí del agua feliz, cargado de energía, con el pecho contento… Algo que para otros humanos puede ser incomprendido pero que seguro es entendido por muchos de los que están leyendo.

Pasé la mayor parte del mes de enero lejos de Montevideo, cerca del Océano Atlántico y me malacostumbré. Sin los enanos este fin de semana no pude hacerme la idea de estar en la capital con la ola de calor que la acecha y pese a que el reporte de olas no muestra nada muy significativo siempre supe que iba a rajar.

Iba a estar cerca del mar, del agua salada, de la alegría de las olas que te revuelcan y te hacen sentir vivo y no ahí quieto, en ese río que ni se mueve, en esa ciudad que no se mueve, esa pista de skate que me la conozco de memoria.

Chau Montevideo.

Contacté a 18 amigos y ninguno por algún motivo u otro tenía espacio para estos 90 kilos de existencia barbuda… El amigo 19 fue el viejo y querido Edú (así, con tilde en la u) que es propietario de Hjem Studios en Punta Rubia; un paradisíaco complejo de casas y casitas en un lugar tranquilo como quería y ameno, también como quería.

Edú sí tenía un lugar en su casa para mí pero yo, caprichoso con lo bicho que soy, le terminé alquilando uno de sus studios. Soy un pésimo huésped, me gusta quedarme despierto hasta tarde, tecleando, escuchando música y odio pensar en que molesto a quien gentilmente me está dando techo.

Así que hice la reserva con la esposa de Edú, Serrana y me garanticé techo para el finde.

La cuestión es que a Punta Rubia no llegaría en hora como para surfear. Con el sol poniéndose a las 19:42, el Waze me marcaba una hora más tarde. Entonces evalué opciones: Cerca de Montevideo no iba a dar con olas ni para mi tablón nuevo (historia a parte; gracias Juani); era o entrar a Punta del Este (que es bien engorroso en pleno verano) y me marcaba llegada a las 19:40 y Manantiales que me marcaba 20:01.

En la hermosa playa Bikini el sol se pondría 19:46 (cuanto más al este, más temprano anochece; la tierra gira sobre sí misma y alrededor del sol)… Habiendo hecho los cálculos pertinentes mi mejor estrategia era bajar el relojito del Waze producto de mi conducir imprudente para que me quede por lo menos las últimas iluminaciones del astro rey.

Sobrepasé más de un auto a una velocidad no debida en lugares no indicados y exigí el Suzuki Swift que es 1.2 a lo máximo que pude (debo confesar que no se siente muy seguro el auto a esa velocidad) y estacioné como un enfermo en Bikini a las 19:55 (le gané seis minutos al Waze).

Restaba el reflejo del sol allá metido, al oeste de mi patria; me puse el short y ni atiné a usar chaqueta por más que el agua enfrió y ya pide 3/2.

Corrí con el tablón en la cabeza, me crucé con los fanáticos de la puesta del sol que todavía quedaban en la playa camino a mi encuentro con las olitas.

Dos personas en el agua, surfeé unas 10 olas no muy buenas y me fui con una sonrisa de oreja a oreja.

Mientras ataba las tablas, unos pibes que vieron toda la escena, me preguntaron simpáticamente: “¿Valió la pena la tirada?”. Y, mi cara les dijo todo, pero igual afirmé: “Siempre es mejor surfear que no surfear”, una máxima que siempre me guió en la vida.

Después, ya más tranquilito, emprendí mi camino a las Hjem de Punta Rubia, del gran Edú.

El cielo estrellado, la banda sonora de la naturaleza y un entorno de mucha paz contrastó fuertemente con la aceleración de las horas anteriores.

Escuché buena música, me tomé unas copas y me fui a dormir motivado por lo que vendría el fin de semana.

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