Mi experiencia, la de un ser (casi) normal, en la piscina de Kelly

El relato de todo lo que sucedió para que el editor de DUKEsurf.com termine surfeando en la creación del mejor surfista de la historia


Cobertura especial presentada por Corona - Todas las fotos por Surf Open League. 

Apoyaron Capi Bar y Chivipizza

Estaba tratando de hablar con Gustavo Duccini, el encargado de Surf Open League, hacía tiempo, y nada. No contestaba ningún mensaje. Yo le quería proponer algo, pero él no aparecía. Empecé a asustarme de que le había pasado pero finalmente apareció con una propuesta interesante, o más que interesante, una locura.

Se justificó, su desaparición se debió a algunos temas personales que pudo resolver. El Covid, hermano, apesta. Nos tocó ser contemporáneos con un momento histórico para la humanidad, se lo contaremos a nuestros nietos, pero fue realmente apestoso.

Entonces, yo preocupado porque Gustavo no aparecía, cuando apareció me dijo: “Tengo una invitación para hacerte. Pero, antes que nada necesito saber si tienes visa para Estados Unidos”… Me le reí, que claro que sí señor, que haga el planteo.

“Es muy, muy probable que te pueda llevar a la piscina de Kelly”…

Wow. Quedé loco pero no lo di por sentado hasta que lo confirmó.

La realidad es que además de surfear la ola, me interesó mucho hacer la cobertura. No me va a creer nadie esto que digo, pero, poder presenciar una obra de ingeniería tan increíble, que cambió al surfing (y al mundo) para siempre, era algo que por mi trabajo no podía negar.

Por otra parte, he escrito más de una cosa en contra de los campeonatos en esa piscina, era justo verla y contemplar todo lo dicho.

Fue gracioso porque la conversación terminó con que Gustavo confirmaría si realmente sería realidad y esa confirmación tardó en llegar. Tardó semanas.

Gracias a Dios estuve muy entretenido en El Salvador y en la clasificación de Lucca y Cali al CT, volví a Uruguay muerto, muerto del cansancio. Ocho horas trabajando de comentarista en el webcast, durmiendo cinco horas, surfeando una y trabajando para DUKE el resto.

Estaba muerto.

Pero finalmente llegó la confirmación y con forma de celebración: Cali y Lucca irían, los dos surfers del momento estarían ahí festejando en un Corona Lay Days su clasificación a la “A” del surfing mundial.

Yo le dije siempre a Gustavo que iba a ir sí o sí, no importaba cómo, previo a lo de Cali y Lucca. No estoy en el mejor momento de mi economía, pero buscaría la manera de llegar, sea como sea.

Un viejo amigo, el Negro Curbelo, que es un tipo mesurado, que si le habría hecho otro planteo me hubiera dicho que me deje de pavadas, ¡me dijo que vaya! Que difícilmente tendría otra oportunidad de pasearme por esa ola. Y que son pocas las personas, en el mundo, que obtienen una invitación así.

Envié un mensaje a tres grandes amigos, Carlos, Sapo y Santi, decía: “Me invitaron a la piscina de Kelly, ¿me prestás 250 dólares?”. Los tres dijeron inmediatamente que sí, sin mediar ninguna pregunta más.

Lo mismo pasó con el Capi y Fede del Capi Bar y Chivipizza respectivamente, grandes amigos y mejores clientes de DUKE, que aceptaron aportar a la causa.

El pasaje fue lo más duro… Con las fiestas llegando, 2351 dólares cotizaban los tiquetes para viajar de Uruguay a Los Ángeles.

Tuve que apelar a una de las personas que más me han ayudado en la vida, desde que tenía 10 años y me compró un Nintendo de regalo de Navidad, o cuando me compré un apartamento y me ayudó mucho a concretarlo… Hermano de mi padre, padre postizo luego que mi viejo murió, el tío Hugo y su esposa, Cintia.

El plan marcado fue de cuotas de 100 dólares por mes… En 23 pagos, el primero de 151 dólares.

Hay que caminar para adelante siempre, siempre, siempre y nunca darle la espalda a las buenas oportunidades que la vida te da. No me da vergüenza contar que endeudé mi esqueleto para viajar a Lemoore. A veces pienso que siempre ando con lo puesto, pienso en qué material le dejaré a mis hijos, y honestamente me enorgullece saber que les voy a dejar ese ejemplo: Aprovechar las oportunidades y disfrutar de la vida.

Yo sé que ese ejemplo los anima a vivir una vida de disfrute, lejos de la mediocridad de que los viernes son buenos y los lunes son feos. La vida, con sus vicisitudes, es siempre linda.

Ojalá, de todos modos digo, DUKE siga creciendo y pueda dejarles mucho más que eso. Pero todo esto es parte de otra historia.

Entonces, la locura quedó organizada. Partí el 13 a las 00:30, con parada en Ciudad de Panamá, llegaría a dormir en un hotel cerca de Los Ángeles a eso de las 00:30 del 14.

Estaba destruido cuando arribé, alquilé el auto y me metí en el hotel. Me costaba dormir, trabajé un rato más hasta que el cansancio me ganó.

Desperté emocionado, no dormí tanto como quería, pero por delante tenía un gran día, el cansancio no se hizo sentir.

Pasé a buscar el wetsuit Billabong Furnace que el gran Pepe Landa me consiguió, compré un par de botas y una toalla y debajo de una tormenta de lluvia y viento quise ir a surfear pero se hizo difícil. Recomiendan no surfear en California cuando hay lluvia porque dicen que el agua se contamina demasiado, entonces era difícil meterse en ese mar desorganizado sin nadie en el agua.

Manejé por la ruta maravillosa que va bordeando la costa californiana, las olas estaban grandes y vi unas cuantas perfectas yéndose solitas. Las ganas de parar y surfear solo me tentaron, pero pensé que era mejor mantenerse con vida para el día D.

Me recomendaron el point de Malibu y no estaba dando, Leo Carrillo y también County Line, había olas en ambos spots, pero tormentoso y sin nadie.

Pasando Leo Carrillo vi la mejor ola de todo ese viaje, una derecha tubera bien pegada a una punta de piedras. Casi me vuelvo loco. Me aguanté en el molde… Era California, uno de los lugares más surferos del planeta, no entendía por qué no había nadie, me dio cosa meterme al agua solito ahí.

Apelé a mi conocimiento y pensé en lo que tenía hacia delante, vía norte: Ventura, hogar de C-Street y Santa Bárbara, hogar de Rincón. Dos de las olas más surfeadas del planeta.

Marqué las dos en el mapa y para ahí me fui.

Increíblemente en C-Street no había nadie y tampoco había mucha ola. El agua marrón desalentaba, había algunas personas parafinando sus tablas, esperando para ir al agua pero todo indicaba que no era ahí.

No quería desistir, no quería ir a la piscina de Kelly sin antes pararme en una tabla, probar el traje, sacarme de arriba el viaje. Sabía que cambiar de surfear El Salvador o mi casa en verano a ponerse el traje en el frío iba a ser un desafío.

Entonces arranqué para Rincón, había swell y los amigos de Surfline decían que mejorarían las condiciones para la tarde.

Cuando me voy acercando veo una derecha perfecta quebrando en una larga punta y unas tres personas en el agua. Ni sabía dónde estacionar, ni cómo llegar, pero me metí donde supuse era el lugar.

Corrí hacia la ola, la vi y estaba puesto; con poca gente en el agua, derechas perfectas del pecho a la cabeza se estiraban en un escenario perfecto; esa agrupación de piedras de canto rodado que vieron hacer al maravilloso surfing de Tom Curren, Dane Reynolds y Conner Coffin.

Hacía frío y llovía, pero la escena invitaba demasiado.

Me fui para el agua corriendo, y de una sobró una derecha que nadie quiso. Casi no puedo pararme de la dureza del viaje, el traje y la mar en coche, pero el oficio de viejo me dejó salir adelante y conectarla por varios metros. Casi me muero, de la alegría y del infarto. No tenía aire, pensaba por dentro que era suficiente, me había surfeado un derechón perfecto, largo, veloz, con varias maniobras y conectando las secciones.

Parecía broma que una semana antes estaba haciendo lo mismo en El Salvador. ¿La vida puede ser tan buena? Puede.

Salí del agua e hice la calesita, caminé, entré y salí varias veces hasta que pensé que la responsabilidad debía volver porque tenía que manejar tres horas y media hacia Lemoore.

Me fui, con pena y mucha alegría, me fui. Demoré poco en sacarme el traje y arrancar hacia el destino. No había comido nada en todo el día y quería sentarme a “desayunar” y también trabajar a las cuatro de la tarde, pero no quería que se me haga muy tarde.

Entonces paré en un Seven Eleven y opté por dos poco sanas pero muy ricas hamburguesas con queso.

Google Maps me mandó por una ruta alternativa que fue de lujo: Atravesando las montañas con el sol poniéndose, la vista de unos valles increíbles; la escena parecía broma. Quería parar a tomar fotos, pero elegí seguir.

Tras todo el recorrido apareció Lemoore, de la nada, en una ruta de un carril en un Estados Unidos que tiene esas autopistas de cómo seis o siete. Era un simple pueblo, un grupo de casas que estaban bien decoradas adelantando la llegada de la Navidad, campo y no mucho más que eso.

Obstinados como somos todos, no me dio para apreciar mucho más que lo que más importaba: Restaban horas para surfear la piscina de Kelly y la ansiedad iba en ascenso.

Maté mi ansiedad con una poción mágica y el bendito trabajo que tanto disfruto.

Logré dormir como un bebito, sin alarma desperté, el reloj biológico tenía marcadísima la cita y no me iba a dejar quedarme dormido.

La cita era a las 640 en el desayuno del hotel y yo a las cinco ya estaba aprontando las cosas.

Me encontré con todos, Gustavo, Jhony, Lucca, Cali y el equipo de filmación. La emoción era grande, vale detenerse a pensar que estamos hablando de un surfista del norte de Perú, otro de Puerto Escondido y otro de Playa Hermosa, estaban emocionadísimos con lo que estaban viviendo… Eso habla del valor que tiene esa piscina.

Ofrecí llevar a Cali en mi auto y se sumó el gran Tamir, filmmaker, mitad mexicano y mitad argentino, buen tipo, de esos que te hacés amigo al instante, él no iba a surfear y estaba emocionado como todos nosotros.

No me quedaba mucha gasolina y me creía que la piscina estaba ahí al lado, ¡pero no! En algún punto pasamos zozobras pensando que no llegaríamos al momento tan especial que significaba ir a la piscina de Kelly. Típica cosa mía, más de uno que me conoce debe leer esto y saber de qué estoy hablando.

¡Lo logramos! En el medio de la nada, en una calle perdida en la parte rural de California, lejos del mar, apareció el famoso portón. ¡Qué locura!

El mismo no se abrió fácil, antes hay que llenar los papeles necesarios, todas las firmas deben estar dadas para que no haya temas legales (leer luego la exigencia y los peligros de la ola). Se firmó todo y finalmente se abrió la puerta…

Ese sonido de las películas, de que el tesoro finalmente aparece, no sonó realmente, pero todos nos sentimos parte de una película en la que el tesoro había sido finalmente hallado.

Ingresar al rancho de Slater es como viajar en el tiempo, o más bien, cambiar de dimensión. Uno pasa de un lugar de vaqueros, toros, estancias y chacras a un lugar donde hay una máquina de hacer olas perfectas.

Los lugares se van reconociendo poco a poco porque todos hemos visto miles de videos del lugar. Todo está perfectamente organizado, cada pedacito de todo está en su lugar con un propósito bien surfer.

El nivel de ansiedad sube y también el enfoque: No quiero cagarla. Llegué hasta aquí, voy a tener una limitada cantidad de oportunidades para surfear esta ola y quiero llevarme alguna buena.

Este es todo un tema… Hay mucho nerviosismo y juegan muchas cosas en el surfing en la piscina de Kelly: No podés ser tan huevón, te dices, de ir hasta ahí para caerte en todas las olas.

El Luisma, legendario surfista uruguayo, coach y amigo, me recomendó primero intentar no ir en las primeras olas, y que la primera ola la pasee con seguridad. Sin intentar hacer maniobras fuertes sino más bien conociendo la ola.

Le hice caso al pie de la letra. Primero por suerte: Me tocó en la segunda serie del día, o sea que pude ver y aprender. Y luego en el surfing…

Tocó ir al agua, me gustó estar con Carlitos en mi serie porque es un mae que siempre te da para adelante y comparte consejos dedicados a surfistas normales para lograr hacer cosas en las que ellos se destacan.

Finalmente vino mi primera ola, primero se ve una espumita y de a poco va subiendo de tamaño hasta que, cuando la tomás es un paredón del tamaño de la cabeza, bien interesante.

Luego de pararme y de ver que no la había estropeado, la euforia me apabulló, me salió gritar como un loco, jajaja, qué viaje. Era muy fuerte estar ahí parado avanzando en la piscina del pelado, a más de 10.000 kilómetros de casa, a más 150 kilómetros del océano, con gente amiga, surfeando esa ola.

No me preocupé por hacer ninguna maniobra, en un momento hasta me puse a hotgoggear, disfrutando como un enfermo (el video no me deja mentir). No sé, no me salió del alma hacer otra cosa.

La novedad era tan grande que por ahí fue que elegí andar, establecí todo para el tubo final que terminó siendo un buen tubo-techo del que salí para luego intentar hacer una maniobra con los pies colocados por cualquier lado.

Empecé bien mi experiencia en la piscina. Pero hay diablos que siempre dicen presente y en el rancho hay varios.

Ahí pasé del disfrute y la impresión al pecado, al “quiero más de esto, es demasiado bueno, quiero más de esto”. El jet ski me llevó a mi lugar asignado y ya le avisé que iba a querer la CT 2, la forma de ola que tiene más tubos.

Es que, entre hacer maniobras y poder entubarme por 15 segundos, que es lo que ofrece la CT 2, ¿qué iba a hacer?

Y me enfermé. Pedí la CT 2 150 veces y me dio una lección gigante.

Por un lado, me metí tubos larguísimos, pero por el otro, la obsesión por completar esa ola de principio a fin empezó a tapar la alegría de meterse un tubo. Salí de tubos largos, muy largos, y como me perdía el resto de la ola me sentía frustrado… Un verdadero boludo, me bromearía más de un amigo. Pero yo creo que es parte de la experiencia.

En la izquierda aprendí la lección rápido: La ola es demasiado rápida y el tubo es demasiado chico como para estarse arriesgando. Vi a más de un pro perder la ola entera en esa sección, yo, con mis años y kilos de más, me convencí que debía gozar de la 3.

Luego de completar una CT 3 (la fácil) y caerme en una CT 2 (la difícil), opté que para la izquierda vaya siempre con la 3.

La ola no es fácil, ninguna de las dos, ni la 2 ni la 3. Siempre hay que estar agarrando velocidad para no quedarse atrás y perderse.

Pero te permite también calcular todo y aprender, aprender muchísimo. Es horrible decir esto, pero siento que de alguna manera aprendí a entubar más en esa piscina en unas horas que en otros lugares donde he pasado semanas. El arte de frenarse, de hacer pumps, o de no frenarse demasiado, de medir cuanto hundir la mano en la pared para regular qué tan profundo se quiere estar… La piscina de Slater es ideal para esto.

Sucede también que el tubo se convierte en algo menos especial. De la misma forma que dije lo que aprendí, también me sucedió lo contrario, en el sentido que no se sentía tan alucinante un tubo en una piscina como siempre me sucedía en el mar. Se convierte más en un desafío que el goce que es la bendición de que el mar te regale un barril.

Debo decir de todos modos que el tubo de la última sección de la derecha, se pone bien doble y poderoso, tiene su jugo y los que me pegué, los disfruté un montón. Y los que no logré leer bien, me di un par de tortazos interesantes.

Ese es otro punto interesante: La ola en realidad te desafía, cada caída es un revolcón poderoso, se puede golpear el fondo que es de concreto, o la tabla o te deja un rato interesante debajo del agua. En más de una salí jadeando… Creo que esto es también lo que la hace también alucinante.

Antes de mis dos últimas sesiones, puse la cabeza en remojo, de hecho hice un vivo de Instagram hablando de esto y decidí desistir con la 2 y enfocarme en la 3. Creo que me hubiera encantado completar una 2 y espero hacerlo algún día, pero en el momento fue la decisión correcta porque quería asegurar e irme con goce y no frustración.

Tendré dudas sobre si hice bien o mal, pero creo que la codicia no va de la mano con el surfing y gracias a esa decisión me surfeé más de una ola memorable. Fue un día, o más bien un viaje, que me dobló la mente por varios que iré analizando paso a paso.

Ojalá pueda regresar muchas veces y probar tanto la 2 hasta que pueda hacer la ola completa.

Ojalá pueda regresar.

Cuando todo estaba por terminarse, de cinco a seis de la noche, el frío cayó en la piscina y se puso demasiado congelado. Esa hora fue extra y todos fueron para el agua… Hacía tiempo que no sentía tanto frío, pero la valorización del momento único forzó a ese sufrimiento.

Cali Muñoz se llevó la última ola, el siguiente en la fila era yo, ligué mal, pero no importaba. Quería que el sueño se acabe, quería volver a la realidad más linda que es abrazar a mis hijos, llevarlos a la escuela y compartir la vida con ellos.

El hot tub se sintió demasiado bien. Un montón de amigos metidos ahí compartimos unas chelas, muchas risas y recuerdos.

Nos avisaron que a las 1830 era la cena y nadie quería salir de la charla, de las chelas, del hechizo. Ese hechizo.

Me duché, me abrigué mucho, cené con amigos viejos y amigos nuevos, recogí el material de fotos y videos y me fui al hotel. Primero cargué gasolina, porque si no, no iba a llegar.

Una vez ahí, arrastrándome, logré editar y publicar el primer video de los talentos que son Cali, Lucca y Jhony.

Y me quedé dormido.

Supe al día siguiente que lo que había vivido era real y me quedé feliz con eso.

Hay varias concepciones y razonamientos que pueden hacerse sobre la piscina de Kelly y lo que esta ha hecho al deporte y no voy a entrar en esa conversación. Sí voy a decir que fue un viaje maravilloso en mi vida, una linda forma de celebrar los 41 que cumplo en cinco días.

De alguna manera no quiero que el hechizo se termine, pero también deseo volver a la bendita rutina, abrazar a mis pequeños y tenerlos cerca siempre.

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