Esa indescriptible alegría de volver a surfear olas perfectas en casa

Una valija llena de convicciones que solo puede traer alegrías


Esta locurita cuenta con el apoyo de Altos de La Serena 

No lo dudé ni un segundo. Un apagón emocional llegó a su fin en un trueno de sinapsis… Y, ¡me emocioné demasiado por algo bastante simple!

Entré en noción que mis hijos se iban con su madre para afuera y me quedaría solo en Montevideo, mi cerebro actuó más rápido de lo normal: “La Paloma – A Altos de La Serena de mis amigos los Schweizer – No me importan como van a estar las olas – No me quiero quedar solo como un perro en Montevideo - ¡Tengo que ir a surfear de una vez!”.

Después de haber metido como tres meses con idas y vueltas a Perú, Panamá y El Salvador, tres de los lugares más ricos en olas del mundo, difícil se hace volver al invierno uruguayo pobre en olas y mísero en el frío.

Básicamente uno se pone el 4/3 y las botas, como mínimo, para surfear olas bastante pobres (en El Salvador uno no se pone nada y surfea en 40 minutos lo casi nunca se surfea por acá).

Pero surfear es lo más lindo que hay en la vida y yo no tengo esa postura de no surfear en casa porque de repente sale un viaje que te da lo que te da, por ejemplo, El Salvador.

Uno se achancha cada tanto, pero el achancheo siempre tiene que llegar a un fin.

Y en ese destello de razonamiento, actué: Miré el pronóstico y piré, piré de la mente, el mar iba a esta impresionante: Un ciclón extratropical golpeando el área y dando olas todos los días.

Llamé a Ale Schweizer y le pedí un recoveco disponible. Cerré rápido eso y, como no me pasaba hacía tiempo en este desasosiego de la vida de llevar niños a la escuela, hacer viandas, ir y volver de su fútbol o su basket, viajar por trabajo y vivir esclavo de las responsabilidades; encontré un espacio para mí: Me iba a ir a La Paloma a surfear en invierno, y lo iba a hacer solito.

En un viaje emocional en el que debo estar, una etapa de transición en esta tan de moda auto evaluación, encontré que me quería ir solito a un lugar que en invierno es bastante despoblado… ¡La idea me emocionaba!

“Qué placer escuchar los árboles moviéndose por el viento (…) Qué hermoso que sea pleno invierno, va a haber menos gente (…) Voy a poder trabajar tranquilo mientras surfeo tranquilo”, estos eran algunos de los pensamientos que me surgían y emocionaban. Mientras lo escribo, me siento medio banana porque parecen ser cosas simples, pero la realidad es que para mí no lo son.

Tomada la decisión, le comuniqué a una “amiga-saliente” (no me odies por presentarlo así) que me iba a ir solo a La Paloma y que estaba contento por esta especie de viaje de alegría y, si se quiere (sin sonar muy payaso) de introspección.

La información no cayó bien del otro lado, hubo algunas idas y venidas, todas amables, cosas que a los 23 se toman como el fin del mundo, hoy son más normales… Pero todo resultó en que ahora ya no tengo “amiga-saliente”… Y yo a ella la quiero muchísimo y creo que es un ser ideal para casarse y tener hijos pero mi corazón está en otro lado, ¿en dónde? ¡No lo sé!

Pero está en paz mientras escribo esto tomando un Ballantine’s.

Los niños se fueron con su madre a las 13:00 y yo me fui 13:42 (tras cargar todo lo necesario para mi tan interior aventura), contando los kilómetros, el Waze prendido me decía que llegaría 16:52, justo a tiempo para surfear unos 40 minutos en La Aguada, antes de que el sol despida este 13 de julio de 2023.

Fui irresponsable en la ruta, volé a La Paloma y cuando llegué vi La Aguada quebrando hermosamente perfecta.

A ver, no era de esos días que sale un tubo atrás del otro, pero estaba muy divertido, las series head high, algunos tubos y paredes maniobrables con máximo 20 personas en el agua en un beach break gigante.

Hecho una momia con el 4/3 y las botas nueva (gracias al Bata y a Mathias) me fui al agua y sentí que toda la expectativa había llegado a su lugar.

Como si fuera poco, una de mis quillas laterales no enroscaba su tornillo, y un buen samaritano que estaba en charla de estacionamiento con un amigo de la vuelta, me regaló un tornillo… Onda… Cuando las cosas tienen que salir bien, ¡van a salir bien!

El tornillo nuevo entró, la quilla se mantuvo firme y yo me fui al agua.

¡Cómo me divertí!

Un punto que siempre prediqué y hoy volví a confirmar es que los surfers de invierno son hermanos. Los que están en el agua un día como este, son puros soul surfers, les gusta deslizarse en las olas de verdad y no andan para la fantasmada y la pose; ir al agua con cero grados y el agua congelada es porque te gusta en la mayoría de las ocasiones.

Su gran mayoría mando un saludo amigable y todos compartieron las olas respetuosamente.

Hacía tiempo que no sentía eso de no querer salir del agua hasta que la última luz te deje ver.

Pero salí porque encontré una derecha decente y quería sacar una foto a lo que estaba sucediendo porque, mal yo, lo sé, quería convertir este fin de semana de placer en trabajo y nada valdría sin esa foto que está en la portada.

Me hubiera quedado en el agua mil horas más.

Fui al super, compré víveres y camino a Altos me comí con la mano una lasagnaaaaa (diría el gran René) mientras manejaba, estaba muerto de hambre.

En Altos el gran Luis (antes surfer del Río de la Plata, como yo) me recibió con todo en orden.

Puse el traje a secar, publiqué el aéreo de Yago (sobrevaluado), y me escribí esto.

Con el mundo enfocado en J-Bay, con medio Uruguay en Bariloche, y otro medio Uruguay en Indonesia, estoy realmente feliz de estar en La Paloma, surfeando olones.

Y todo pinta que mañana va a estar mejor y pasado, mejor todavía.

El frío me llega, pero me calienta el pampero moviendo esos pinos que van y vienen y llenan mi alma de alegría.

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