El niño que vio a Dios

"En el preciso instante en que la imagen que aquí aparece se desplegó en la pantalla de mi computadora, entendí que mi trabajo ya no tenía sentido"


Por Rodrigo Caballero - Foto de portada de autor desconocido (con las disculpas del caso).

Hace como 30 años comencé a escribir sobre surfing. Y lo hice por un simple y único motivo: Tenía la necesidad imperiosa de decir algo que siempre llevé adentro y que condujo mi vida desde el fin de la infancia hasta hoy.

Una idea. Un concepto. Algo que nunca fui capaz de definir con precisión pero que siempre supe que andaba por ahí y cuyo impulso de comunicarlo nunca he podido reprimir. Pero no por compartirlo, ojo, sino por rabia. Sí, eso. Por pura bronca contra la basura con la que otros lograban engañar a los incautos y eran elogiados por hacerlo.

Como no podía decirlo ni mostrarlo a través de mi surfing, tomé el camino del papel y la birome. Con esas dos modestas herramientas, lo intenté durante todos estos años. Casi tres décadas. Casi toda mi vida.

Algunas veces estuve cerca de encontrarlo. Otras no tanto. La mayoría revoloteé sobre la idea, rozándola por momentos pero alejándome enseguida; volviendo a acercarme en alguna ocasión y yéndome a la mierda en varias más. En fin. A quién le importa.

Lo cierto es que, por no lograrlo, la motivación no decaía nunca. Como la zanahoria y el burro.

Hasta ayer, martes, cuando vi esta foto.

"En el preciso instante en que la imagen que aquí aparece se desplegó en la pantalla de mi computadora, entendí que mi trabajo ya no tenía sentido"

En el preciso instante en que la imagen que aquí aparece se desplegó en la pantalla de mi computadora, entendí que mi trabajo ya no tenía sentido. Que estaba todo dicho y que todo lo que pudiera expresar de aquí en más sería simplemente una repetición de lo que el fotógrafo capturó. Todo aquello que siempre había querido comunicar con mi literatura, pero mis limitaciones intelectuales me lo habían impedido, se encontraba ahora frente a mi, en esa imagen que no sé quién le sacó a John John Florence en Lower Trestles y no sé quien la hizo llegar a mi monitor. Absolutamente todo. En una única foto se escribió el libro entero. Más aún, la biblioteca completa. Y se hizo de la forma más clara, concisa y perfecta posible.

¡Paf! Como un golpe preciso. De esos que sacuden la modorra y aclaran la visión.

Al entenderlo, decidí retirarme para siempre. Colgar los guantes y dedicarme a otra cosa. Qué sentido tendría seguir adelante. Para qué habría de seguir intentando decir algo que ya estaba dicho. No soy un loro. Ni un tramposo que pretende engañar a los demás, ganando dinero a costillas de literatura vacía para lectores vacíos con ganas de pasar un momento ameno y distendido después de ocho horas de trabajo desmotivante.

"Al entenderlo, decidí retirarme para siempre. Colgar los guantes y dedicarme a otra cosa. Qué sentido tendría seguir adelante. Para qué habría de seguir intentando decir algo que ya estaba dicho"

Entonces cacé el teléfono y llamé a mi buen amigo Jeff Varela, periodista especializado en béisbol y cazador furtivo de esas ballenas que parecen delfines pero que son ballenas, para comunicarle mi decisión. Jeff es un gran referente en mi vida y con la llamada busqué su aprobación y su consejo.

Desde el otro lado del aparato, y con su característica voz de sótano, me invitó a tomar una birra.

- Pago yo -le dije y lo dejé elegir el bar.

Ya sentados en los taburetes de la barra, mientras dejaba que la espuma de una Pilsen se le esfumara del bigote amarillento de nicotina, Jeff dijo:

- Esto ya lo viví, viejo. ¿Recuerdas a Brian Petrusso, el petiso que vivía en Colorado? ¿El que me afilaba los arpones que uso para los cetáceos del mar del Japón?

- Claro que lo recuerdo, Jeff.

- Bien. Brian tuvo una crisis similar a la tuya cuando legalizaron la marihuana en su estado. Pensó que fumar ya no tenía el mismo swing de siempre, pues la transgresión del acto había desaparecido con la aprobación por parte de la autoridad.

-  ¿Y qué tiene que ver? Pregunté.
-  ¿No comprendes? Te lo explicaré y te salvaré igual que a Brian.
-  Te escucho.
-  ¿Sabés lo que hice? Lo alenté a que viera la otra cara de la moneda. Que no todo estaba perdido. Que el porro embotaba sus reflejos y lo dejaba con cara de pajero todo el santo día. Que aprovechara esta oportunidad para dejarlo de una vez y para siempre.
-  ¿Y?
-  Le di la explicación que le dio Boogie El Aceitoso a su amigo Clark: La droga no es necesaria para transgredir. Lo hice ver que él aún podía dispararle con una 45 al caniche homosexual del vecino amanerado que lo saca a pasear todos los días por la plaza de su barrio. Aún podía vender pasta base en la puerta de los colegios. Podía reventarles el cráneo a los inspectores de tránsito con un bate de béisbol. Asaltar viejas en la feria o lanzarle sandías a los autobuses desde un noveno piso.

Entendí el punto y sonreí. Entonces Jeff continuó.

-  No todo está perdido, hermano. Siempre tendrás algo más para decir. La gente es imbécil, Rolo. No quiere pensar. En cambio quiere que tú pienses por ellos.

Volví a casa tratando de procesar las palabras de Jeff. Me serví un gin tonic con dos piedras de hielo y un cacho de cáscara de limón que me había sobrado del té de las cinco. Apagué todas las luces y proyecté la foto de Juan Juan en la pared del living con un cañón Apple de alta definición. Encendí un cigarro que tenía una etiqueta de la República Dominicana y que alguien se había olvidado en mi casa y le clavé la mirada a la imagen de luz.

Y entonces lo vi. Fue tan claro que sentí miedo.

En el hombro de la ola en la cual John John Florence está escribiendo la historia que siempre quise contar, encontré la respuesta. El tipo que está allí sentado viendo la escena, en vivo y desde el mejor lugar posible, no es un tipo, es un niño. Sí, un niño que no debe tener más de 11 o 12 años. Un pendejo sin pendejos que está presenciando algo que ni siquiera sabe bien lo que es, pero seguro, por la propia magnitud del hecho, supone como de otro planeta. Un chico para quien el mundo acaba de cambiar para siempre.

"Ese pibe, sentadito en su tabla, está viendo al Yonyón escribir la verdad del surfing en un único y puro movimiento. Y por ese motivo, seguramente jamás subirá a las redes un video suyo zapateando una merreca desagradable hasta lograr la velocidad para dar un saltito inmundo que él considerará un fóquin air"

Ese pibe, sentadito en su tabla, está viendo al Yonyón escribir la verdad del surfing en un único y puro movimiento. Y por ese motivo, seguramente jamás subirá a las redes un video suyo zapateando una merreca desagradable hasta lograr la velocidad para dar un saltito inmundo que él considerará un fóquin air. Porque, amigos, la imagen del John John Florence en full motion and living colors lo exonerará de la absurda y tan corriente necesidad de impresionar a los demás con banalidades. Con chotadas que se aprenden en dos días y se perfeccionan en tres. De hecho, ese niño bendecido por la casualidad, jamás sentirá la necesidad de impresionar a nadie con nada.

Tampoco tendrá tiempo de que eso ocurra, pues desde el momento de la foto en adelante, el pendorcho solo pensará en hacer un turn como el de Jota Jota. Y en ello empleará todos sus esfuerzos.

Lo que el pibe acaba de ver es demasiado grande como para permitirse ser un nabo.

El niño debe haber entendido que hay algo que nada tiene que ver con lo que hacen los que dicen que hacen surf. Y ese algo es lo que hacen los que hacen surf: surf.

Entreverado pero simple.

"El niño debe haber entendido que hay algo que nada tiene que ver con lo que hacen los que dicen que hacen surf. Y ese algo es lo que hacen los que hacen surf: Surf".

Qué bien le hubiera venido a un montón de surfistas adolescentes que conozco un turn como el del Florence en el medio de la jeta. Qué saludable sería un carving de esos en plena "face" de cada uno de estos “kiddos” que para parecerse a un surfista del sur de California le piden a Dios que les acelere el desarrollo hormonal a fin de que les crezca rápido el bigote, se ponen lompas apretados en los tobillos y zapatos que parecen de pobre pero que un pobre jamás podría pagarlos. Muchachos que no se detienen siquiera un segundo a pensar que lo mejor para parecerse a un surfer del sur de California no es lucir como un como un surfer del sur de California, sino surfear como uno de ellos.

"Qué saludable sería un carving de esos en plena "face" de cada uno de estos “kiddos” que para parecerse a un surfista del sur de California le piden a Dios que les acelere el desarrollo hormonal a fin de que les crezca rápido el bigote, se ponen lompas apretados en los tobillos y zapatos que parecen de pobre pero que un pobre jamás podría pagarlos"

Pero es más fácil, señores, ser Messi en el FIFA Soccer para Playstation 5 que en el potrero del barrio. Es más fácil ponerse una remera que aunque es nueva viene con el cuello estirado y un yor cortito y abichicomado como el de Dane Reynolds, que enterrar el borde desde el tail al nose, a 100 kilómetros por hora, como lo hace el gordillo nerd de Ventura County.

Y lo peor de todo: Un sapito rasposo en una marola anémica es mucho más parecido a un aéreo, que la mejor maniobra de rail que puedan hacer al turn de Juancito Juancito. Eso significa que es más fácil engañar a los desavisados con un saltito que con un cambio de sentido de la tabla de surf.

Pero cuidado, porque dentro de los engañados no hay únicamente kooks que surfean en verano. Hay kooks que juecean campeonatos. Hay kooks que shapean. Hay kooks que tienen surfshops. Hay kooks que escriben de surf. Hay kooks que hacen webpages. Hay kooks que editan revistas. Hay kooks que patrocinan y hay kooks patrocinados. Hay kooks que organizan campeonatos y otros que los ganan. Y claro, señores, hay kooks que odian a los que les dicen que son kooks.

Pero bueno, no por ello vamos a dejar de decirlo.

Por suerte existe Juan Juan. Gracias a él seguirán existiendo surfistas que quieran hacer lo que él hace. Y uno de ellos puede ser el pendejito de la foto.

La semilla ha sido plantada. Sólo el tiempo lo dirá.

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