La vida normal era una maravilla

Algunos apuntes personales sobre los costos de esta pandemia del coronavirus


Foto de portada: Juan Manuel Real

Suelo quejarme de muchas cosas, no sé cómo adquirí esa característica, serán mis genes italianos, pero sé que es así. No me llena de orgullo quejarme tanto (tampoco me desalienta, desahogarse es un buen ejercicio), pero qué puedo decir, vivo en un país que no me deja otra opción que quejarme para que sea mejor.

No sé, puede ser que me esté excusando para no enfrentar un problema real y que esto sea tan solo un chamullo… El punto es que me quejo, me quejo cuando pienso que las cosas no están bien. Elevo mi voz (como Bad Religion en su tema homónimo), cuando veo que algo que debería ser normal y está como el traste.

Ser quejoso, reclamar, es una cosa distinta a no ver las cosas lindas de la vida; cuando salgo del agua, así sea luego de surfear 20 centímetros soplado o dos metros de tubazos, tengo el corazón lleno, las energías recargadas y el alma encendida.

Y ni que hablar cuando miro a mis hijos, solo al verlos hacer lo que sea, mis ojos se abren grandes y mi corazón succiona y expulsa brotes de amor concentrado.

Pero como gran quejoso, esta pandemia del maldito coronavirus me ha dado material para quejarme todo lo que no me había quejado en la vida. Porque me parte el alma que mis hijos no vayan a su escuela, vean a sus amigos, aprendan como hay que aprender, que estén confinados en estas cuatro paredes en rutinas que sean las cuales sean y con las mejores de mis voluntades, no las veo óptimas comparadas con lo que es su vida normal.

Me quejo porque no está bueno vivir con miedo, ir paranoico al supermercado tomando distancia del resto de las personas, bañado en alcohol en gel, atento a evacuar a 200 por hora si escucho toser a algún desubicado.

Me quejo porque no quiero atender al delivery boy, tocar el POS para poner el “pin y verde” y bañarme de nuevo en alcohol en gel.

Me quejo porque, al menos en Uruguay, dijeron que la cuarentena dura hasta el fin de semana santa (semana de turismo, pascuas) pero como todos los especialistas dicen que lo peor será en mayo, hay un olor tremendo de que la cuarentena será de mucho más que un mes, será de como tres.

Me da pena que el cumpleaños de mi hijo mayor sea en mayo, quería hacer una pijamada con amigos, y todo pinta que ese cumpleaños será aplazado.

Y claro que me da pena (por no decir que me quiero matar) no poder ir a surfear. Pero lo peor es que legalmente puedo, en Uruguay la cuarentena no es obligatoria, pero como las recomendaciones han sido que nos quedamos en casa, cumplo (confieso que hubo una vez que no cumplí, Dios me perdone).

Y todas estas quejas, hay que decirlo, son reales, fundamentadas y respetadas, pero parecen mínimas si pensamos que hay miles de familias que están viendo morir a los suyos.

Siempre pienso en cómo el surfing es un termómetro de los sucesos mundiales, cuando bombardearon Pearl Harbor la gente estaba surfeando ene el North Shore (así lo cuenta Warshaw en la Enciclopedia del Surf), el mismo autor cuenta que cuando el ataque a las torres gemelas había gente surfeando en Long Island; Felipe Pomar surfeó en pleno tsunami.

Tragedias enteras se han sucedido, guerras de todo tipo, amenazas gigantes como tiburones en Isla Reunión, y los surfistas siempre fuimos al mar. Irresponsablemente o no, ahí pertenecemos y para algunas personas será difícil de entender, para otros será un "uno más uno".

Si estará jodida la cosa con el coronavirus que casi nadie en el mundo entero está yendo a surfear.

Mi aprendizaje, lo único bueno que puedo sacar de esto, es tener la consciencia patente de que la vida normal, incluso en pleno divorcio, con dos nenes víctimas de eso, y todo lo que esto implica, era una maravilla.

Podía ver a mis amigos y reír con ellos, ir a surfear cuando quería, abrazar a mi vieja de 74 años que ahora por cuidarla la veo solo a una distancia prudente, mis hijos la podían abrazar, ¡qué lindo que era eso! Viajar por el mundo, tener la expectativa de ese viaje, de ese campeonato, de ver a esos amigos en cada rincón del mundo y claro que escuchar los cuentos de mis hijos cuando los llevaba o los iba a buscar a la escuela.

La vida normal era una maravilla y prometo quejarme menos cuando esta regrese, si es que regresa.

Que Dios, la energía y la voluntad de todos nos ayuden a salir de esta. Hay que volver a la vida normal, que, repito, era una maravilla.

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