Este campeonato es un milagro

Diario de un nuevo viaje a El Salvador - Entrega 1


Cobertura especial presentada por Surf City El Salvador  - Foto de portada: Carlos Pena

He comenzado a escribir este artículo tres veces pero por hache o por be, no podía concretarlo, quería comenzar otro diario de viaje, contar un poco del backstage de lo que suceden en estos viajes pandémicos. Pero, o la vida se puso ocupada en casa en Montevideo o tal vez no terminaban de salir las palabras que quería publicar.

Uno tenía un comienzo más romántico, refería a que conocí las increíbles olas de El Salvador por medio de un libro que me hizo soñar: Alma Panamericana del brasileño ex editor de la Fluir, Adrián Kojin.

Con sus veintipico de años se subió a una moto adaptada con un rack para cargar una tabla y viajó desde California hasta su Brasil, en plenos ochentas, plena guerra fría, plenas dictaduras y guerrillas. Su pasaje por El Salvador me hizo soñar sobre las perfectas derechas.

También recuerdo un artículo de la revista Inside, también brasileña, que retrataba a Rodrigo “Pedra” Dornelles surfeando unas derechas interminables.

Pude viajar a El Salvador por primera vez en 2005, cuando de una forma mágica ALAS me contrató como encargado de prensa de la asociación. Yo amaba El Salvador antes de conocerlo, cuando llegué solo confirmé que mi amor era cierto.

Esas derechas perfectas que confirmaban ese dicho: “Una ola vale 10 de las que puedo surfear un día cualquiera en Uruguay”.

El otro diario que comencé empezaba más estructurado, contando que había sido invitado por la ISA a cubrir uno de los eventos más importantes de la historia del surfing, que intentaría cabalmente respetar la honestidad de mis jornadas en El Salvador y que me entusiasma el camino que tengo por delante.

Mencionaba que según pude saber solo 13 medios de prensa internacionales fueron invitados al torneo, DUKEsurf.com, una web que vive o sobrevive a puro huevo, pulmón, rigurosidad y pasión, fue uno de ellos.

Y humildemente señalaba que espero estar a la altura.

El tercer comienzo, este, ahora, cuando ya estoy en el avión en la escala final de Ciudad de Panamá a San Salvador iba a ser triste, o simplemente lo es.

Es triste porque me deja devastado ver una vez más al mundo enfermo, a todos sus ciudadanos enfermos o evitando estarlo. Siempre parece difícil encontrar cosas en común entre todos los humanos y al final lo logramos, los 7000 millones, compartimos esta maldita pandemia que, con vacuna de por medio, parece que no da tregua y por más que queremos inocentemente ver una luz al final del túnel, la realidad es que no la hay.

Y, que, como más de un científico dijo por ahí: Hay que acostumbrarse a vivir distinto, la nueva normalidad no se termina, por eso es claro el término y no hay que explicarlo.

Mi país, Uruguay, tiene tres millones y medio de habitantes, a la fecha, casi un tercio recibió ya las dos dosis de la vacuna, ¿aflojó el bicho? ¡No! Tengo a un hijo de nueve años yendo a clase por el maldito Zoom, jugando al Play y yendo a la plaza como actividad al aire libre. Una vida que no se merece, él tiene que ver a sus amigos, a sus amigas y a sus maestras.

El de tres años, gracias a Dios, volvió a la clase. Pero la pandemia que ocupó casi la mitad de su vida, seguro lo golpeó.

Atravesamos aeropuertos y ciudades con miedo de que tosa el de al lado, con miedo a estar muy pegados, con dos tapabocas que me están lastimando las orejas.

Es una vida muy jodida. Más de una vez he dicho que es interesante ser contemporáneo a un hecho tan histórico, pero la verdad es que me tiene re podrido.

Ayer un viejo amigo argentino que viajó por todo el mundo, un loco con calle, me mandó un audio desde el aeropuerto de Ezeiza, emocionado, le temblaba la voz, estaba nervioso, estaba y ni sabía cómo se sentía.

Entonces, es verdad que hay gente que le tocó vivir situaciones más complicadas, es verdad que soy un afortunado por el solo hecho de estar viajando por trabajo, de tener un trabajo, pero hago un humilde uso de mi libertad para reiterar que la pandemia me tiene triste.

Quiero abrazar a mis amigos, saludar como saludaba antes y dejar esa tontería de chocar puños o codito, quiero besar a las mujeres sin temer que estoy poniendo mi vida en riesgo, quiero más que nada que mis hijos sean niños como lo fui yo y como lo fueron mis padres y mis abuelos. Y quiero muchas más cosas que son obvias y repetitivas.

Habiendo dicho todo esto, con esta perdonable negatividad y tristeza, y de cara a lo que importa que es el campeonato de surfing ISA más importante de la historia, debo decir que se trata de un milagro. Así como está el mundo explotando de Covid, de tapabocas y la mar en coche… Este evento es un milagro.

Son 52 países, 250 surfers, 15 que son integrantes del CT, varios de los mejores del planeta que no están del CT, un encuentro increíble que no tenía lugar hace dos años y seguramente que a nivel global considerando otros deportes no debe haber sucedido mucho.

Volviendo a aquello de que hay que acostumbrarse a vivir así porque la vida será así y la pandemia no se va a ningún lado, bien por El Salvador por tener el coraje de organizar algo así y de que así sea con tapa bocas y distancia, que el mundo vaya para adelante.

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