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Con una sesión en olas chicas pero igualmente largas, increíbles y divertidas, dejé atrás Chicama y encaminé hacia el ALAS de Huanchaco.

Me dio un poco de pena porque le agarré cariño al pequeño pueblo dueño de la ola más larga del planeta.

Un lugar que también es dueño de mucha personalidad y de un alcalde que ha dado los mejores discursos que yo jamás he escuchado en un evento de surfing en mi vida. Y créanme que, con 44 años, tengo unos cuantos de varios ámbitos y ligas.

Pero me hizo ilusión venir a Huanchaco porque era otro de los pendientes de mi vida; el hogar oficial del caballito de totora, del surfing hace 5000 años, mucho antes que todo esto sea esto.

Y, también, estaba bueno, como buen bicho de ciudad que soy, refregarse un poco con la maldita civilización que lamentablemente necesitamos. Serán tonterías… Poder ir a un supermercado y que haya lo que uno está buscando, ver gente, sentirse rodeado de nosotros; somos gregarios, dicen. Necesitamos de nosotros para ser nosotros.

Entonces, con un nuevo amigo, Mauricio Torres, papá de la nueva campeona sudamericana Urpi Torres, el talentosísimo Marcelo Huamán y su papá Claudio encaramos el camino a Huanchaco, que se hace en una horita y poco.

Ruta de surfers es ruta de historias y Mauricio se lució porque vivió su vida entera en el norte medio por llamarle de alguna manera. O sea en el norte norte está Máncora y Lobitos, y yo le llamo norte medio a Chicama, Pimentel (de donde es él) y demás.

El hombre surfeó toda esta zona del Perú con sus hermanos y amigos cuando había realmente poca gente en el agua.

Se lució el cuento del Abuelo Fanucho, que luego de ser lanceado por un brasileño en Pacasmayo, propuso se prohibiera por un día la presencia de todo extranjero en el agua al siguiente domingo.

Y los extranjeros acataron y el mar estuvo a la orden de solo amigos peruanos ese día, hasta que el abuelo estuvo satisfecho y dio la orden a los extranjeros la miraban de la orilla de que ahora podían volver a entrar al mar.

Si se quiere, una forma pacífica de justicia por la lanceada. Distinta a actos violentos que son tal vez costumbre en el surfing hoy en día.

En Huanchaco encontré otra izquierda perfectísima, más seccionada, quebrando frente por frente al balneario.

Esa imagen de los caballitos de totora parados en la playa cual quiver de tablas, que vi tantas veces en películas o canales de TV, la hice realidad con mis propios ojos. Fue emotivo… No me largué a llorar, simplemente me dije: “Estoy acá”, aceptando mi buena realidad.

Salí del agua para trabajar un rato y volví a la zona del evento para ver un final de tarde espectacular. No solo por la puesta del sol frente al mar sino porque la previa del ALAS estaba en modo full previa, con los mejores del continente en el agua.

Hablé con varios, especialmente juveniles que habían estado en Chicama y ante mi gran sorpresa comentaron que les gustaba más esa ola, con más secciones y menos viento offshore.

¡Yo amé Chicama! Y amo Huanchaco en menos de un día. Pero son amores distintos.

Entrevisté a varios y claro que se destacó uno de los más grandes representantes del lugar: Juninho Urcia (ya se viene la nota). Un jovencito cuya familia es línea directa heredera de los surfers de totora; su padre, de hecho es un gran fabricante de caballitos a quien seguro todos vieron.

Juninho, que en algún momento vi como un juvenil, jovencito talentoso, ahora ya es, además de un profesional destacado, un coach certificado de la federación y referente de todos cuando se habla de Huanchaco.

El sol se puso y pude ir a un supermercado más nutrido de lo que había visto en la última semana. Me hice de los víveres que necesitaba para los días que siguen, que volverán a ser largos y volví al hotel a escribir estas humildes palabras.