Vientos de cambio en el circuito mundial de longboard generan disconformidad entre los "high performers"

La vuelta de Joel Tudor a la competición supone el punto de inflexión para un circuito internacional no exento de polémicas respecto a qué debe puntuarse más, lo clásico o lo moderno


Escribe Carlos Serrano. Foto de portada: Delpero, viendo como Quintal le saca el pasaje a la gran final de la etapa de Galicia. Debajo, su reacción. Crédito: WSL/Poullenot

Septiembre de 2019 parece estar predestinado a ser el mes en el que la WSL recupera la concordia con la modalidad que más tiras y aflojas, desencuentros y pataletas le ha acarreado en los últimos años: el longboard. Hasta la presente temporada, el campeón del circuito mundial de la modalidad de tabla larga se decidía en una única prueba y bajo un criterio competitivo más próximo al surf propio de las shortboards, primando el uso de las tres quillas, con invento y tablas con formas progresivas que cada vez distaban más de los célebres logs californianos que proveyeron de fama a esta modalidad de surf hasta mediados de los 2000.

Con el nuevo milenio, el longboard pasó a un segundo e incluso tercer plano, y la polémica en torno a la normativa no tardó en estallar. En el ojo del huracán se encontraba la postura de la WSL y los puntos en los que basaba sus puntuaciones, lo que alejó durante años a los grandes nombres del longboard clásico de los focos mediáticos que aporta la competición. Como señala el propio Joel Tudor en una reciente entrevista para SURFER, “¿cómo convencer a los chicos de viajar a la otra esquina del mundo a coger olas de 2 metros, malas para nuestra disciplina, si en sus casas rompía un metro perfecto?”. Durante los últimos años, las tensiones entre quienes apostaban por un longboard más progresivo o uno en el cual prime el noseriding y el uso de single fins no se han reducido a las altas esferas de la competición.

Por algo se creó el Surf Relik, que basicamente divide en dos grupos a los surfers y premia a los clásicos por un lado y a los modernos por el otro.

Pepe Birra, conocido juez y organizador del evento de longboard Quasimoto Invitational (Burriana, España), abandonó la mesa de jueces de un campeonato celebrado en Biarritz hace dos años, precisamente, por su desacuerdo con unos jueces franceses que no valoraban de la misma manera un hangten realizado por un rider sin invento y portando una tabla de quilla única. También en el Festival Internacional de Salinas ronda, cada año, la controversia respecto al tema. La solución salomónica al debate partió del propio Joel Tudor, que ideó un circuito paralelo, el Duct Tape, donde aquellos surfistas que rechazaban los criterios WSL podían dar rienda suelta a sus ansias competitivas sin tener que verse las caras con quienes apostaban por el uso del leash y el tri-fin.

El regreso de Tudor a la competición convencional como competidor en la futura prueba en Nueva York que comenzó hoy simboliza la unión de ambos caminos. Sin embargo, el trabajo en dicha dirección se debe al nuevo gerente del tour mundial de longboard, el californiano Devon Howard, quien parece haber captado los aires de cambio que pedía la modalidad. No lo entienden así los perjudicados, como el francés Edouard Delpero, quien tras perder en la semifinal de la última prueba del circuito celebrada en Pantín, dedicó varios cortes de mangas a un público y una tribuna de jueces que habían agradecido, en sus puntuaciones y aplausos, la actuación de su oponente, Justin Quintal, quién entró en manga, al contrario que Delpero, portando una tabla single fin y sin leash.

Los malos gestos del francés, escenifican la tensión que se vive entre los defensores de uno y otro estilo, pero tras Pantín, la fuerza de quienes siempre se habían decantado por la defensa del longboard clásico parece haber impulsado a Joel Tudor a volver a enfundarse la lycra y competir contra una nueva generación de longboarders que parece dispuesta a demostrar que el surf más antiguo vuelve a estar de moda.

 

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