Una rara edición del extinto diario de viaje
Consideraciones personales previas a una alejada de casa
Desde la más absoluta soledad de un aeropuerto, debo decir: Hablar de uno y de lo que uno hace cuando uno es periodista resulta algunas veces, o, la mayoría de las veces (si no sos influncer) incómodo.
Yo prefiero dar las noticias o brindar una opinión o un análisis por encima de compartir mi vida.
Pero cada tanto, surge del alma esa sensación de que tal vez está bueno poner el corazón en papel.
Acabo de pasar una de las mejores semanas de mi vida. En casa, con mis hijos, haciendo la vida más normal y mediocre del planeta: Trabajando todo lo que puedo, yendo al gimnasio citadino cuando puedo, despertando a mis niños, poniéndoles sus uniformes o alentando a que lo hagan apurando todo mientras que armo viandas y la mar en coche.
Y, realmente, yo he sabido despertarme en Desert Point perfecto tubeando unos 15 años atrás, y puedo tranquilamente decir que no lo cambio por ese “estrés” hermoso de compartir la vida con mis hijos y sus tareas.
Y sí, incluyendo sus malhumores, sus no ganas, ¡sus rebeliones en mi contra! ¡Claro!
Me río solo porque realmente entiendo que no podría aceptar una vida mejor que esta que tengo con ellos.
Y me cuesta horrible siempre, siempre, siempre, el combinar ese rol de padre con el de periodista que viaja a cubrir eventos.
No puedo concebir mi vida sin levantarme a llevarlos a la escuela. Y, por el otro lado, siendo surfista y periodista de toda una vida, entiendo que mis alas van hacia las olas, y entonces vivo en un constante contento y descontento.
Mi amor por mi vida en casa cerca de mis hijos y lejos de las olas y mi amor por mi vida lejos de mis hijos y cerca de las olas.
Hoy dejé a Juan y Pipe con su mami, previo al viaje a El Salvador, y Felipe, que por segundo año consecutivo me pierdo su cumple, se puso repentinamente a llorar a llantos, en el ascensor, en el último despido.
Y me cuesta teclear lo que escribo.
Yo les digo que los extraño y les digo que papá se va porque tiene que trabajar y porque si se va es porque las cosas van bien, pero no sé dónde pararme en el medio de este esquema (¡ayuda psicólogos!)…
No tengo una conclusión muy grande para sacar de todo esto… ¡Tengo que laburar pero quiero estar con mis hijos!
Me motiva realmente mucho irme con ese llanto para dejarlo todo en la cancha, aunque no quiera que ese llanto exista.
Me motiva pensar que mis hijos podrán ver una forma distinta de vivir que la de ir ocho horas a una oficina como única manera de ganar la vida. Pensar que ellos algún día pensarán que “qué bueno que papá se iba a un paraíso como es El Salvador a buscar el sustento para la familia”… Y que ellos sean capaces de ver que la vida no es solo laburar en una oficina, y que disfruten del sábado igual que del lunes.
Mientras tanto, espero a Flavio que venga a buscarme una vez más. A hacer la fila en Copa y rogar por un buen asiento.
Y, en el camino, ir pensando cómo puedo honrar de la mejor manera ese llanto.
Ese llanto y a los lectores de DUKE, que, gracias a Dios cada vez son más.
Allá voy una vez más El Salvador que me (y nos) salvaste para seguir viviendo este sueño de forma sana.
No puedo sacar más conclusiones que no sean: Me duele irme y amo irme; me duele ver a mi hijo llorar pero quiero que se sienta orgulloso de su papá y que entienda que los sueños se logran si se labura duro y por ahí la seguiremos.
No sé si habrá más ediciones de un diario de viaje como alguna vez hubo, pero esta vez pintó escribirlo.
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