García era un tipo humilde

Sobre la visita del ex campeón del mundo a Uruguay hace ya casi dos décadas y una anécdota "que pinta" al surfista "de cuerpo y alma"


Por Rodrigo Caballero

En diciembre de 2005, Gordon Clark, fabricante del afamado Clark Foam, el pan para hacer tablas número uno del mundo, se pudrió de que las agencias regulatorias del gobierno americano le llenaran las bolas con regulaciones medioambientales y demás exigencias, y cerró su negocio de un portazo.

Caliente, rompió todos los moldes donde inyectaba el poliuretano y desapareció de los lugares que frecuentaba. De un día para el otro, el mercado, del cual Clark controlaba un 90 y pico por ciento, quedó desabastecido y los shapers desesperados por encontrar un proveedor que pudiera darles materia prima de calidad consistente como lo hizo Gordon durante décadas.

Un par de años antes, los hermanos Fernando y Ariel Favole, venían desarrollando en Argentina un foam con el cual abastecían a fabricantes de tablas de su país. También de Uruguay, Perú, Chile y el sur de Brasil. Ante el vacío dejado por Clark Foam y la buena aceptación que estaban teniendo sus panes en la región, los argentinos entendieron que era el momento para lanzarse a conquistar el mundo y desembarcaron con sus Elova Foams en Hawaii, donde hicieron negocios con Sunny García. El ex campeón mundial y referente del más genuino power surfing jaguaiano, pasó a ser la imagen internacional de la marca argentina en busca de un lugar al sol.

En el año 2007, Gerardo Espiñeira, que representaba y distribuía Elova en Uruguay, aprovechando que la marca traía a García a la Argentina para una gira promocional de los productos, lo invitó a cruzar el charco. Así, un viernes de octubre, me vi en el aeropuerto Internacional de Carrasco, esperando al Soleado campeón del mundo junto a Espiñeira y el infaltable fotógrafo Gastón Tournier. Acompañaba a García el querido amigo Fernando Favole, también conocido como el Porteño Jorge.

Esa misma noche los llevamos a cenar el mejor asado de Montevideo a la parrillada La Otra, donde nos recibió el Negro Santiago Demoris igual que siempre, como si todos fuéramos los campeones mundiales del surfing.

Con la panza llena por la ingesta masiva de excelente carne de novillo alimentado a pradera -en aquellos años todavía no existía éso del feedlot- y la emoción que nos proporcionó el haberlo bajado con unos tintos y unas cervezas, dejamos La Otra y nos fuimos al Canal 12.

En el estudio mayor, lleno de luces y cámaras, nos esperaba el amigo Guillermo Ameixeiras para entrevistar al champ en vivo, en un programa que conducía en dupla con una hermosa modelo rubia. García se desenvolvió muy bien ante las cámaras, pero Favole, como buen porteño, se robó el show.

De Enriqueta Comte y Riqué 1276, salimos derecho para Punta del Este. El plan era que el campeón la pasara bomba, Favole pudiera hacer su tarea de promoción y nosotros generar algún material para la próxima edición de Mareas Surfing Magazine.

El día siguiente amaneció lloviendo y con un frío bárbaro. El agua del mar estaba marrón por causa de un swellcito del este que largaba unas olas medio movidas en el Emir pero que, en vez de generarle a uno ganas de surfar, lo motivaban volver a la casa, prender la estufa y pasar el día tirado haciendo nada. Pero García sabía que todo el mundo estaba esperando para verlo en acción y por éso, a pesar de las nefastas condiciones climáticas, se bajó de la camioneta, se metió adentro de un viejo Mormaii XL medio cuarteado y totalmente acartonado, desenfundó una Rat brand new a la cual el afamado shaper Jeff “Rat” Battisti, luego de pasarle la última lija fina al foam y antes de dársela al laminador, escribió, usando el alma como renglón: “to fly in Uruguay”; y se metió al agua como si estuviera entrando en un Off the Wall perfecto. Yo me metí atrás de él, no tanto para surfear, sino más bien para ver su performance de cerca. No voy a negar que me costó abandonar la tibieza de la camioneta y tirarme a ese picadillo achocolatado. Pero mi coraje rindió sus frutos. A pesar de que las olas no colaboraban, lo vi castigar, a escasos centímetros de mi nariz, con la calidad y la potencia de un verdadero Clase A mundial. La distancia que me separaba del héroe, me permitió incluso recibir un par de baldazos de agua salada en uno de esos clásicos carvings con los que solía enterrar el borde de la tabla, desde la nariz a la cola, como si se tratara de un cuchillo caliente cortando un bloque de manteca. Power surfing a un grado de refinamiento nunca visto.

Sunny García surfeó un rato, algo así como una horita y pico, y se fue a dormir la siesta. A la noche lo llevamos a cenar al Miró, tradicional restaurante ubicado frente al mar de la playa El Emir y gerenciado por otro campeón de surf, Diego de Sosa, el legendario Tenaza.

Y acá viene la anécdota que pinta a Sunny García de cuerpo y alma. Porque la parte de las maniobras, el power surf y todo eso, ya la conoce el mundo entero. Pero no ésta que viene.

El Tenaza, gran anfitrión, había dispuesto una mesa especial para recibirnos. Ya en el Miró, bien acomodados, tomamos unos aperitivos y picamos algo mientras esperábamos el plato principal. De repente, alguien se arrimó hasta la mesa y me pidió si podía acercarme hasta la puerta del restorán, donde había unos muchachos que querían hablar conmigo. Apuré de un trago la chela que estaba tomando y acudí al llamado. Cuando llegué a la entrada me encontré con una barra de chiquilines, todos adolescentes y niños, arracimados en la vereda, con una garúa helada cayéndoles sobre la cabeza y un viento nefasto de principios de primavera que les pegaba sin piedad. Hacía rato que esperaban a Sunny para pedirle una foto, un autógrafo, un choque de los cinco o al menos verlo en persona y palmearle la espalda.

Los chicos no podían entrar al restorán porque eran menores y ya había pasado la hora en que el lugar dejaba de ser restorán para convertirse en pub. O algo así, no recuerdo bien. Lo cierto es que no podían entrar porque no tenían 18 años y porque, además, hubiera sido un despropósito que dejaran entrar a no menos de veinte pendejos a rodear la mesa de un Sunny García que, relajado, esperaba la cena mientas se bajaba un drink.
- Bo, por favor, pedile que salga, lo queremos ver -me dijeron unas cuantas voces finitas al mismo tiempo, como en un coro de ruego.

Les respondí que me esperaran un cacho, que iba a ir a hablar con él y enterarlo de lo que estaba ocurriendo. Volví a la mesa y en el preciso instante en que le estaba explicando la situación, cayó el mozo con un montón de platos sostenidos de manera inverosímil con las manos y los brazos, cual si fuera un malabarista de circo.

Con la calidad del que ha hecho una misma tarea mil veces, el mozo acomodó el plato humeante de García en su lugar y siguió con el resto. El campeón de surfing le dirigió una mirada rápida. Luego me miró a mi y me preguntó, en un inglés medio carrasposo:

- ¿Los muchachos están en la puerta?

Asentí con la cabeza. García se levantó de la silla, cazó un pancito de la panera, cortó un trozo y lo hundió un par de veces en la salsa rosada donde flotaban unos ñoquis o unos sorrentinos, no recuerdo con exactitud. Sacudió un poco la mano para que el exceso de salsa cayera en el plato y no en su remera y se lo mandó al buche mientras arrancaba con paso firme hacia la salida. Lo seguí como si fuera un guardaespaldas del mundo del revés. Mi metro con sesenta y ocho desaparecía por completo atrás de aquel animal polinesio.

Llegó hasta la puerta, pidió permiso con un gesto de la cara a los dos porteros y salió a la noche helada sin siquiera ponerse un buzo. Los chicos que esperaban afuera estallaron en gritos y vivas. Y el Sunny no dejó a ninguno sin saludar. Los abrazó, se sacó fotos, les firmó remeras, se cagó de la risa y después de un buen rato, se volvió a la mesa.

Habían pasado no menos de 10 o 15 minutos, por lo que los ñoquis ya estaban más que fríos. Le ofrecimos cambiar el plato o al menos mandarlo calentar. Pero nos miró como si lo hubiéramos tratado de pussy y se comió todo en menos tiempo del que yo tardé en servirme otra cerveza.

Al otro día regresó a Hawaii y nunca más lo volví a ver. Pero guardo un muy buen recuerdo suyo.

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