Sobre el gran Byron Yagual que ayer nos dejó
La gran ayuda que él dio en un viaje de ruta entre el panamericano de Punta Rocas y Guayaquil, rumbo a Montañita, enseñó un montón de cosas
Corrían los primeros meses del año 2006, tal vez marzo, por ahí. Yo tenía 25 años y me había aventurado desde Lima, donde se había realizado el panamericano de surf, a Máncora.
Trabajaba en la Asociación Latinoamericana de Surfing Profesional (ALAS) y arreglé con mis jefes que a la siguiente etapa en Montañita, Ecuador, iba en bus, les ahorraba el ticket de avión y me pasaba unos días surfeando en el camino.
Fue toda una aventura la estadía en Máncora y ni que hablar el cruce de la frontera, por Tumbes… Me hacía el canchero en la época, de viajero “cool”, pero la verdad fue que me desafió pasar de un país a otro.
No había puestos fronterizos, se debía buscar la oficina de migraciones para que te sellen el pasaporte y que luego no haya problemas al viajar a la hora de salir del país… Todo en más de un trayecto de mototaxi o bus, sin mencionar el intenso y alborotado despliegue de la propia ciudad, cargando tablas y bolsos con mucha cosa innecesaria.
Si yo me creo que el Chuy o Rivera (en la frontera de Uruguay con Brasil) es algo, hay que ir a Tumbes y ahí la vida toma otro sentido (lo de acá es Copenhague).
La cuestión fue que mis cálculos fallaron con respecto al bus luego de toda la transa de la frontera… Las distancias y demás… Creí que llegaría a Guayaquil al mismo tiempo que todos pero llegué la noche antes.
Cansado y desamparado, bastante tenía con el cruce de la frontera tras varias horas de ruta y los nervios de los buses, los sellos, etcétera… Con poco dinero en el bolsillo, solito en una terminal de buses, ya no creyéndome tan crack, pedí ayuda a mi jefe de la época, Karín Sierralta y él consiguió ayuda en un personaje que había conocido un mes atrás en mencionado panamericano: Byron Yagual.
Ahí apareció, en menos de una hora, con ese andar simpático, listo para lanzarte una carcajada que lanzó segundos después de mirarme en mi abandono.
Se rió, me dedicó una buena sesión de bullying bien merecida, y me saludó como un viejo amigo (solo habíamos intercambiado unas risas en Perú, semanas antes)… Pero sus gestos ya me hicieron sentir en casa lejos de casa.
Me dio ese tan necesario cobijo tras una jornada que parecía aventurera pero terminó un tanto tensa (siempre pienso que mi madre, si hubiera seguido todo el trajín, le habría agradecido a Byron).
Subimos a su auto y atravesamos la calurosa Guayaquil para ir a su casa donde compartí una rica y entretenida cena con su familia. Con un cansancio gigante, dormí como un osito en el cuarto decorado para niños (su hija salió perdiendo esa noche por la visita del foráneo y le habrá tocado pasar la noche en el piso).
Al otro día fui con él a su trabajo en donde me encontré con el resto de la banda que llegaba para trabajar en Montañita: Micky Yecerra, Pirringo, Flavio Solari, entre otros, y el gran Cirilo, su hermano, que nos llevó a Ballenita donde pasamos un par de días surfeando y compartiendo antes que empiece el campeonato.
Luego, a Byron me lo crucé y conviví con él decenas de veces en circunstancias distintas en varios lugares del mundo. Siempre, y subrayo y repito: Siempre estuvo bien dispuesto para cruzar una carcajada, hacer unos chistes, conversar y compartir… Pero también tocaba hablar de cosas más importantes, siempre atento con la importancia de la familia; se notaba que tenía alguan que otra batalla arriba.
Hace un par de semanas, buscando un juguete para mi hijo más chico en el aeropuerto de Ciudad de Panamá, esa voz inconfundible, mezclando una carcajada, exclamó mi nombre. Era Byron, él volvía del Sudamericano infantil de Colombia y yo del ALAS de El Salvador. Nos saludamos “a la nueva normalidad”, en otra época habría sido un abrazo.
Me presentó a una joven talento de su país a quien cuidó para ir al campeonato; estaba orgulloso por su participación. Entendiendo bien la importancia de la difusión, hizo hincapié en que había pensado en enviarme información del evento.
Hoy no doy crédito que solo hablamos muy poca cosa... Era para sentarse a charlar largo rato en medio de un año maldito, pero así es la vida, ¿no? ¿Quién iba a decir que el gran Byron que siempre estuvo milagrosamente en todos lados, se iba a ir tan temprano?
Hay una cosa que no me guardé, le agradecí muchas, muchas veces por aquella noche que me salvó la vida y me dio un lugar de su casa y su corazón para cuidarme. Ese día aprendí un montón de cosas sobre cómo son las amistades de la ruta y por qué estas son tan fuertes.
Pero mucho más allá que ese pequeño gran favor, a Byron le agradezco por personificar y enseñar una parte importantísima del espíritu del surfing latino: Divertido, gracioso, valiente, rebelde, atrevido y, por supuesto que cariñoso y amistoso.
Como decimos por acá, el Byron era alta ficha. Y sí, se fue con el Señor, allá arriba con sus seres queridos que ya no están por acá, pero esa carcajada que metía cada dos por tres, se la va a extrañar un montón, y eso, duele.
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